La oración de un padre

Dame ¡Oh Dios!
un hijo que sea lo bastante fuerte
para saber cuando es débil
y lo bastante valeroso para enfrentarse
consigo mismo cuando sienta miedo;
un hijo que sea orgulloso e inflexible
en la derrota honrada;
y humilde y magnánimo en la victoria.

Dame:
un hijo que nunca doble la espalda
cuando debe erguir el pecho;
un hijo que sepa conocerte a Tí…
y conocerse a sí mismo,
que es la piedra fundamental de todo conocimiento.

Condúcelo:
te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil,
sino por el camino áspero, aguijoneado
por las dificultades y los retos,
allí déjalo aprender a sostenerse firme
en la tempestad y a sentir compasión por los que fallan.

Dame:
un hijo cuyo corazón sea claro,
cuyos ideales sean altos,
un hijo que se domine a sí mismo
antes de pretender dominar a los demás,
un hijo que aprenda a reir
pero que también sepa llorar,
un hijo que avance hacia el futuro
pero que nunca olvide el pasado.

Y después
que le hayas dado todo esto,
te suplico entregarle suficiente
sentido del buen humor,
de modo que puede ser siempre serio,
pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio,
dale humildad para recordar siempre
la sencillez de la verdadera sabiduría,
la mansedumbre de la verdadera fuerza.

Entonces yo, su padre, me atreveré a murmurar:
¡No he vivido en vano!


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