No creo que haya cosa más difícil que ser un buen padre,
en cambio, no es difícil ser un padre bueno.
Un corazón blando basta para ser un padre bueno;
en cambio la voluntad más fuerte y la cabeza más clara
son todavía poco para ser un buen padre.
El padre bueno quiere sin pensar;
el buen padre piensa para querer.
El buen padre dice si cuando es sí y no cuando es no;
el padre bueno sólo sabe decir que sí.
El padre bueno hace del niño un pequeño dios;
que acaba en un pequeño demonio.
El buen padre no hace ídolos;
vive la presencia del único Dios.
El padre bueno encoge la imaginación de su hijo
con juguetes de bazar;
el buen padre echa a volar la fantasía de su hijo
dejándolo crear un aeroplano con dos maderas viejas.
El padre bueno amanteca la voluntad de su hijo
ahorrándole esfuerzos y responsabilidades;
el buen padre templa el carácter de su hijo
llevándolo por el camino del deber y del trabajo.
Y así el padre bueno llega a la vejez decepcionado
y tardíamente arrepentido.
Mientras el buen padre crece en años respetado,
querido y, a la larga, comprendido.