A la vera del camino son tres amigos que van,
masticando sus penares porque uno de ellos se vá.
Al marcharse, dice alguno cruel vacío dejará,
no seas necio, responde el otro eso lo enriquecerá,
y lleno de sabiduría pronto… pronto volverá.
Paso a paso llegan ellos al anden de la estación,
donde mil abrazos vuelan solemnes como oración.
Confundido en el bullicio, melancólico sonar,
de una guitarra se escucha que dan ganas de llorar.
Una quebrada voz hace eco casi rompiendo el sonar,
de la sirena que anuncia que aquel tren, echará a andar.
Tú te marchas, nos quedamos, dice el bohemio Tomás…
tú regresas, te esperamos por siempre, siempre jamás;
porque el cariño sincero no se debe marchitar,
por el contrario la ausencia lo debe fortificar.
Ha partido a la distancia el amigo que dejó
huellas densas de alegría que con amor el labró.
Sus cartas son fiel testigo de tan silente esperar,
que en los ojos del amigo se arrugan tanto esperar.
Oye amigo dicen ellas;
cada vez que hay nuevo día quiero aprender a volar,
para estar cerca de ustedes y Navidad celebrar.
Han pasado muchos años y a la orilla del andén
han llegado dos ancianos a esperar al que se fué.
Se desborda la alegría por toda la estación,
los abrazos se confunden… es todo celebración.
El les dice emocionado «Si parece que fue ayer,
con amigos como ustedes, no cuesta nada volver.